Yo maté a Liberty Valance de Sebastian Mathanwi
Sinopsis
Sebastian, Blanca, Sam, Sarah,
Simón. Madrid, San Francisco. Un escritor sin ideas, una guapa presentadora de
radio con rizos tan poco marcados que casi son no rizos, un anciano y sabio
cantante de jazz, una joven que se enamora sin quererlo, un novio fantasma.
Dos ciudades que prestan sus
rincones, sus bares de bebedores solitarios, sus esquinas fotografiadas, sus
mercados.
Yo Maté a Liberty Valance es una
historia compuesta por muchas historias: la de los cuentos que Sebastian
inventa para Blanca, la de las enseñanzas que surgen cuando Sam rememora
pinceladas de su vida («ya sé que solo soy un viejo negro sin estudios y
bastante pobre, pero de las cosas de la vida sé bastante más que tú,
Sebastian»), la de la presencia constante de Simón, el extraño novio que nunca
está, la de las ilusiones imposibles de Sarah. Pero, sobre todo, es la historia
de Sebastian, quien no sabe amar ni ser amado, y huye con el propósito de
olvidar a Blanca y las frases que no entiende («no necesito tener noventa años
para saber cuál ha sido el verdadero amor de mi vida»), solo para descubrir que
su vida está plagada de recuerdos y que en algún momento debe enfrentarse a
ellos.
Opinión
Yo maté a Liberty Valance no es una
novela del género policiaco, a pesar de ese título que recuerda a película clásica de wéstern,
es una novela intimista que profundiza en las emociones, sentimientos, miedos,
las decisiones tomadas y las no tomadas de Sebastian Mathanwi. Sí, el propio
autor es el personaje de su novela, así que, a partir de aquí, puede pasar de
todo.
¿Cuánto
se valora la destreza de un escritor cuando consigue que el lector odie a su
personaje principal? A lo largo de mis años escuchando tertulias y terapias de
lectura, he observado que cuando alguien aborrece a un protagonista, tiende a
pensar que el escritor lo hizo mal, no así cuando transmite sentimientos
positivos. Disiento, por el gusto de hacerlo y empezar un diálogo.
Los
escritores noveles suelen escoger para su primera obra el narrador en primera
persona, parece más sencillo posicionarse en el centro de la historia y
describir la situación. Y aquí Sebastian, el escritor, lo hace francamente bien,
dando una visión completa a las escenas. Hay una en particular que resalto por
el cuento, el diálogo y la amplitud narrada, el cuento del anciano, la mujer
joven del café y la conclusión de lo que es un buen día y un mal día. Usa este
breve relato, inventado en el momento, para expresar cómo se siente y nos
posicionamos a su favor, pero luego gira la tortilla con maestría y nos permite
escuchar a Blanca y sus razones, infinitamente más madura que él, nos cambia la
perspectiva, los motivos y cambiamos de bando. Sebastian en ese momento me pareció arrogante, fracasó a la hora de tener en cuenta la posición de Blanca. Y me causo malestar, porque las reglas, aceptadas las quiso volver contra ella.
Pero
cuando se cuenta una historia en primera persona, desde el «yo», el
lector llega a un grado de intimidad mucho mayor que con un narrador en tercera.
Y esta intimidad tiene un precio amor/odio. Estamos dentro de su cabeza y si es
contrario a nuestro hacer, lo odiaremos sin remilgos. Sebastian escritor,
buscaba que intimásemos, que empatizásemos, que sufriéramos y, por qué no, que
nos preocupásemos por él, pero, a mí, Sebastian personaje, me produce rechazo.
Y ¿por qué? Porque me recuerda demasiado a personas de carne y hueso que han
pasado por mi vida, presumen de la botella de vino que beben, de lo que escuchan,
de los restaurantes dónde cenan, que se fijan en lo que vistes y te señalan con
disimulo lo que ellos llevan puesto, que presumen de sus conocimientos,
de la bebida alcohólica que se toma en tal momento o en cual ocasión, de lo que
leen y de lo mucho que han viajado, pero luego dicen «polla» en lugar de «pene».
Porque no podemos olvidar que un relato en primera persona es como un diario,
escrito de puño y letra por el protagonista de la historia, y cada palabra le
pertenece, no es una licencia de un narrador ajeno.
Deliciosa prepotencia y arrogancia es el retrato de Sebastian, sin acento. Un hombre de exquisitos modales, muy atractivo (dicho varias veces) y elegante que no tiene relaciones sexuales ni hace el amor ni tiene coitos, solo «folla». Un hombre que presume de un éxito literario, alardea de este mérito casi olvidado y lo utiliza cuando pide mesa en ese restaurante caro y exclusivo, hace uso de esta propensión intentando darse importancia en su vida social, por otro lado, bastante inexistente, vuelve a ser arrogante. En resumen, presume de sus conocimientos y su posición, pero se mueve en un mar de inseguridad y dudas, más o menos, demasiado poco o demasiado mucho, más pronto que tarde, un poco excesivamente, demasiado mal o demasiado bien.
Pero tampoco está satisfecho ni con su vida ni con él:
"Porque de esta manera, mientras imagino sus vidas, olvido la mía".
Un hombre inmaduro:
«Ya sabía que me iba a traer problemas. Lo supe cuando reparé
en su mirada (…). Lo sabía».
Los monólogos interiores no resultan pesados, como en muchas otras novelas con esta perspectiva, los combina con cuentos y con otro personaje para mí entrañable, Sam, me fascina. Otra cosa que me gusta de Sebastian, escritor, es que no son los monólogos los que definen las acciones del personaje, ni sus motivaciones, son las decisiones que toma.
En
definitiva, he disfrutado la lectura. Un rechazo a Sebastian, personaje, que he
saboreado y eso se debe a la pericia del escritor, porque intenta ser una cosa
y transmite en sus escritos otra, ¿no es así en la vida real? Un hombre amargado por el amor perdido, pero en
realidad es un tipo que no sabe amar, como le dice Blanca, mujer interesante, junto con Sarah.
"Algunos de nosotros, en ocasiones, queremos a destiempo, unas veces queremos demasiado pronto y otras demasiado tarde. A Blanca la quise demasiado pronto. A Sarah, quizá demasiado tarde".
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