Esto no se dice de Alejandro Palomas

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Sinopsis

 

Este es el libro más luminoso, impactante y real que alguien puede escribir. Tras una niñez marcada por los abusos sexuales, años de eterno acoso escolar y una hipersensibilidad que en no pocas ocasiones lo llevó al borde del suicidio, Alejandro Palomas hila en estas páginas un relato sereno y electrizante con el que sobrevuela sin filtro los recuerdos de infancia, la relación sin igual con su madre, la sombra de un padre finalmente desaparecido y el poder de la imaginación y de la escritura como la última tabla de salvación. Este es el testimonio más sincero de un hombre que apostó por vivir y que lo consiguió gracias a su pasión por inventar y compartir mundos, siempre desde la ternura y el humor, y que ahora transforma su vida en la mayor de las historias.

 

Opinión

 

He recomendado este libro a mis conocidos y amigos, al resto no os conozco como para deciros que lo leáis. Ya me advirtió Pepa lo mucho que iba a llorar con esta lectura, así ha sido. Mi bolso repleto de paquetes de pañuelos de papel a medio acabar, alguno arrebujado hasta convertirlo en una bolita perfecta de tanto apretarlo mientras caían las páginas. Alejandro Palomas siempre me ha sacudido con fuerza, sus letras escritas con emociones intensas y sentimientos a flor de piel, un hombre que acallaba el sufrimiento con bellas historias de un amor profundo y sincero. Cuando me veía arrastrada y proyectaba parte de mis penas en su historia levantaba la cabeza del texto y decía, es ficción, pero con esta obra, no pude refugiarme en la ficción.

No todo fue llanto, hubo risas con la madre de Alejandro y el gimnasios; identificación con la lectura, también es mi refugio y despuesde alos preguntando, encontré a alguien que leyó Bomarzo; un animal de compañía no solo es el mejor compañero de piso para salvar la soledad, sino también un gran terapeuta. Los libros son mucho más que historias, como le sucedió a Alejandro, fue descubrir que no estaba solo, que otros niños sufrían acoso y, como él, encontraban refugio en la lectura. Sobrevivimos, como sea pero sobrevivimos.

 

                No me extiendo más, no tendrá sus dos minutos en mi canal de YouTube porque no podré reprimir las lágrimas, pero sí que en mi blog me voy a permitir proyectar. Escribe Alejandro sobre el colegio:

 

«… nos castigaban por faltar el respeto a la autoridad o cuestionar una orden, pero las vejaciones, los insultos y el acoso no se entendían como algo que hubiera que vigilar. “Cosas de niños” era el diagnostico más frecuente».

 

Hará unos cuantos años en la puerta del colegio de mis hijos se acercó una mujer y me dio un abrazo sin venir a cuento, tras soltarme añadió, no has cambiado nada. No me sonaba su cara lo más mínimo, hice un repaso rápido, universidad, parque de perros, trabajos anteriores, nada, su rostro no estaba en mi base de datos. Si no hubiese sido por lo inesperado del contacto físico, hubiera reparado en “no has cambiado nada”, era alguien de mi pasado, muy pasado. Para que apreciara, ante mi cara de “no tengo ni repajolera idea de quién eres”, lo buena que era su memoria, me dijo mi nombre, el suyo y quién era su hermana, como si eso fuese el clic de todo. Dejó de dar datos absurdos y pronunció la palabra clave, Escolapias. Creo que mi rostro bajó diez tonos de color. Esa etapa de mi vida está borrada, ¿cómo sucedió? No lo sé ni me di cuenta de que faltaban caras y escenas, no pretendí con seis años que eso sucediera, pero sucedió. Ya, dije. Y ella interpretó que ese simple monosílabo le daba derecho a mencionarme las risas que nos echábamos juntas, ella y su grupo de acólitas que seguían juntándose cada ciertos meses. Me recordó las horas de recreo, de gimnasia, las risas en clase y lo mona que estaba con mis trenzas.

                En esta parte del relato no sé ni cómo seguir, porque me hubiera dado ganas de zarandearla como a un monigote y recordarle que un chicle en el pelo no es gracioso, ni poner pegamento en la silla, ni rayarle el libro de lectura o romperle los deberes, que echar un escupitajo al pelo no es gracioso ni encerrar a alguien en el baño. Con todas y cada una de estas cosas era YO la castigada, era YO la que maltrataba el libro, la que no hacia los deberes, era YO la que usaba mal el material del colegio, la que malgastaba el pegamento y la que llegaba tarde a clase porque me entretenía en el baño. Era a mí a quien castigaban por contradecir el castigo e intentar defenderme. Y esa mujer que recogía como yo a sus hijos del colegio, de la misma edad que los míos, que aseguraba que lo pasábamos en grande en el colegio, me dijo, eran cosas de niños y tú eras rara, hasta la madre... lo decía. Yo era disléxica, no rara, y si le pasará eso mismo a tus hijos. Respuesta, eran otros tiempos. 

                Por eso empecé a estudiar psicología, no para ayudar a otros, sino para entenderme primero a mí, saber cómo pasar página de muchas cosas y cuánto estaba mi personalidad influenciada por todo aquello, después sí, echar una mano a otros que caminen por senderos parecidos.

 


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