Sala de espera de José Luis Sampedro
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Sinopsis
«La muerte me lleva de la
mano, pero se está portando bien porque me está dejando pensar.»
Los ríos como metáfora de
la vida fueron una constante en la obra de Sampedro, hasta el punto de
trascender la literatura y hacerse realidad cuando conoció a Olga Lucas. Fue su
historia de amor lo que les inspiró a escribir sobre sus diez primeros años de
vida juntos. Lo hacían cada uno por su lado y a hurtadillas para preservar la
sorpresa cuando llegara el momento de compartirlos. Como si se tratara de un
mensaje dentro de una botella, Olga encontró el texto de José Luis tras su
fallecimiento y decidió unirlo al suyo. El resultado: este relato conmovedor de
dos vidas diametralmente distintas, unidas para siempre a orillas del río
Jalón. La segunda parte, «Sala de Espera», recoge el sentimiento de rebelión y
lúcida rabia con el que vivió los últimos años.
A caballo entre la
autobiografía y el ensayo, el libro incluye además material inédito de su
archivo personal -fotografías, anotaciones manuscritas- que hacen de él un
documento de excepcional valor y muestran la emoción que Sampedro ponía a todo
lo que hacía. La obra póstuma de uno de nuestros escritores más añorados, un
hombre íntegro que estuvo pensando, leyendo y afanándose en escribir hasta el último suspiro.
Impresiones
No voy a extenderme, solo
un par de ideas que encontraréis y unas pocas frases de muchas. Una de las mejores
metáforas que explican la vida, es el nacimiento de un río y su discurrir hacia
el mar, todos tienen contienen agua, dos ríos que nacen en la misma cordillera
y discurren al mismo mar no son iguales…, con sus saltos, sus piedras, sus
movimientos de rocas, cada acontecimiento es una huella para ese río, la vida
misma. «Mi abuela se marchó pronto, a vivir con su hija casada. Andando el
tiempo comprendí que no había congeniado con mi madre…Lo sé porque años después
hube de encontrarme yo bajo el dominio de mi abuela, empeñada en encauzar mi
río a su manera», «… mi arroyuelo empezó a fluir por un paisaje ideal, nunca
antes imaginado, y a tener la hondura de un verdadero río».
Es una obra póstuma, lo explica Olga. Encontramos en su
lectura la sabiduría que da la edad cuando se tienen los sentidos abiertos,
cuando la vida se observa con una mirada plácida pero crítica o reflexiva, no
todo es crítica, pero si un análisis introspectivo, de por qué recuerdo así
esto y no de esta otra forma, por qué esto me marcó más que aquello otro.
«La libertad es una palabra que casi siempre demanda
cualificaciones, a veces no expresadas. Hay libertad controlada, reprimida,
condicionada, selectiva, simulada…rara vez integral», educado mediante el
ejemplo, «… por mis vivencias situaciones cotidianas o excepcionales, que me
inducían a aceptar, rechazar, adaptar esas experiencias. Mi libertad podía
cualificarse de imitativa, inducida o ilustrada, pero era libertad», autoridad
con afecto, él acataba la autoridad de sus mayores porque le razonaban sus
demandas, el porque yo lo digo, rara vez funciona, suele producir un bloqueo en
la comunicación, genera resentimiento, debilitamiento de la relación, y a largo
plazo, vacío. Así que, bien por los padres del autor.
Esta obra esta escrita los últimos días de vida del
autor, un balance de su larga trayectoria, «… ahora, en el final de mi vida,
me sigo considerando un aprendiz de quien soy». Sentado en un parque, observando
a los jóvenes, se inquieta, su infancia, mi infancia, juegos sin maquinas,
«Eran juegos humanos, por supuesto, sin el menor atisbo de las máquinas,
ingenios y consolas que ahora enganchan a los chicos, reemplazando el aprendizaje
de las relaciones personales...». Aunque el prefería más la lectura que
esos juegos en el parque.
Tánger, siempre presente en su memoria, le enseñó algo
muy valioso, «Esa ciudad me enseñó para siempre que la Verdad es un
árbol de muchas verdades, e inspiró a mi instinto mi primera elección vital: la
lectura».
Una lectura rica y profunda.
Se mezcla la sabiduría y la serenidad de los últimos días. Todo suma, cada
persona que pasa por nuestra vida deja una huella más o menos profunda, alguna
no modifica el cauce, ni lo altera, otros causan verdaderos remolinos, esta es
la metáfora del libro, la vida es un río. Su educación, basada en el respeto y
el diálogo, le permitió a Sampedro desarrollar una libertad genuina, en
contraste con el vacío que genera la imposición. Hasta el final de su vida
estuvo leyendo y escribiendo, un balance de una existencia llena de letras,
temas como la libertad, la sabiduría de los que saben valorar cada instante,
así como la condición humana, una lectura pausada de un gran pensador.
¡Feliz lectura!
Autor
José Luis Sampedro (1917-2013)
nació en Barcelona. Pasó su infancia en Tánger y su adolescencia en Aranjuez,
ciudades de gran influencia en su obra. Vivió, también, en Cihuela (Soria),
Melilla, Santander, Madrid, Tenerife y Mijas.
Fue catedrático de
Estructura Económica, escritor, miembro de la Real Academia Española y Premio
Nacional de las Letras, además de uno de los autores e intelectuales más
queridos y respetados de este país por su actitud ética, su obra, su compromiso
con la vida, con la sociedad en la que le tocó vivir y por su posición a favor
de un mundo más igualitario. Estos valores se reflejan tanto en sus ensayos de
economía, Conciencia del subdesarrollo, Las fuerzas económicas de
nuestro tiempo o Economía humanista, como en sus novelas, de las que
cabe destacar La sonrisa etrusca, La vieja sirena, Octubre,
Octubre, Real Sitio, El amante lesbiano, La senda del drago y
la novela de ideas Cuarteto para un solista escrito con Olga Lucas.
También se demuestran en los ensayos divulgativos: El mercado y la
globalización y Los mongoles en Bagdad, o en sus obras a dos
voces: Escribir es vivir, con Olga Lucas, La ciencia y la vida, con
Valentí Fuster, Sobre política, mercado y convivencia, con Carlos Taibo,
así como en el prólogo a ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, en la
fábula La Balada del Agua y en su obra póstuma Sala de espera.
Beti Jai Beti Jai
Las fotos con el libro están ubicadas en el frontón Beti Jai, siempre fiesta en euskera, es un testigo vivo del auge del juego de la pelota vasca a
finales del siglo XIX, cuando este deporte estaba de moda en Madrid. Los
aficionados acudían a los partidos y practicaban en frontones modestos o en la
propia calle, los pelotaris gozaban de fama y dinero, y los periodistas
escribían crónicas sobre este fascinante deporte. En este contexto social, se
inauguraba en 1894 un nuevo y monumental frontón en la capital, bautizado en
euskera Beti Jai, «siempre fiesta». Uno de los edificios más singulares del
patrimonio cultural de Madrid.
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