El niño que comía lana de Cristina Sánchez-Andrade

 


 

Título El niño que comía lana

Autor Cristina Sánchez-Andrade

Editorial Anagrama

 

Sinopsis.

 

Cuentos que se mueven entre lo macabro y lo irónico, entre la fábula y el esperpento, el crudo realismo y la fantasía más desaforada.

 

Un niño traumatizado por la desaparición de su cordero empieza a comer lana, que vomita en forma de bolas; un ama de cría sueña con emigrar a América mientras mantiene la leche utilizando a un perrito; a un marqués le proporcionan dentaduras postizas de dudosa procedencia; a un niño le extirpan las amígdalas, que acaban convertidas en trofeo; un náufrago logra sobrevivir gracias a un secreto inconfesable; una anciana toma una decisión inaudita tras la muerte de su marido; un oficinista selecciona por catálogo a una novia que al final resulta no ser la mujer con la que soñaba... Estos son algunos de los estrafalarios protagonistas de los jugosos cuentos reunidos en este volumen.

 

Moviéndose entre lo macabro y lo irónico, entre la fábula y el esperpento, el realismo más crudo y la fantasía más desaforada, estas historias son una excelente muestra del particular, inimitable y estimulante universo literario de Cristina Sánchez-Andrade. En ellas asoman la Galicia rural, la España profunda, los escenarios de sainete, los personajes estrambóticos y las situaciones imposibles. Aparecen la muerte, el sexo, la codicia, las ensoñaciones, los engaños y los desengaños, pero también algún que otro crimen, toques grotescos, pinceladas macabras y un humor peculiarísimo, descacharrante y a veces perturbador.

 

Opinión.

 

Un estilo personal que me ha enamorado, poético, diría yo, cálida en su lenguaje, me gustan sus observaciones, un dominio de los giros que sorprenden, alguno perverso pero con fundamento, que animan a la reflexión, muchos inquietantes y sobre todo con un humor peculiar muy mío, destaco, «Enterrada» o frases como «más feo que una noche de truenos», que usa como descripción en un diálogocargado de desparpajo. Pero no os confundáis, no hay broma o chiste en sus quince relatos, hay reflexión y mucha psicología, Manuela das Fontes:

 

«las palabras la sorprendieron, pero la hicieron sentir ligera, como cuando los pechos le apretaban y por fin se aliviaba dando de mamar». Verbalizar los miedos, angustias y frustraciones libera.

 

                Interesante comparación. Manuela tenía trece años cuando se casó embarazada con un vago redomado, desde entonces, siete años después, no ha dejado de tener leche en sus pechos, siete años dedicada a engendrar, parir y criar. Y ahora se va a Cuba, como ama de cría, con un perro y una maleta de recuerdos que la atan a su vida.

 

                El niño que comía lana, es el segundo relato que da nombre a la obra. Habla del duelo, del rencor y como apaciguar la soledad, los olores que calman, el tacto que adormece, habla del amor de los padres y la soledad de la orfandad. La comida para satisfacer nuestra necesidad emocional, canalizar la ansiedad en el acto de comer, pero siempre será un alivio temporal.

                Las amígdalas de Pepín, la incertidumbre que no te deja vivir, la duda y el miedo que te asaltan cada noche y te remuerde durante el día. El no saber.

                Puriña, nos dejamos engañar para mitigar el dolor. «Nadie compra a nadie con un pájaro».

                Hambre, «el hombre saca lo pero y lo más oscuro de cada uno». No hay nada peor que el hambre decía mi padre. «las cosas más importantes son las más difíciles de salir». «No hay más placer humano que la desgracia ajena». «Entre lo que dicta el corazón y susurran los demás».

 

                Relatos que nos hablan de la fragilidad humana ante la perdida de cualquier índole.

 

El niño que comía lana

 

 


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