Cuéntame un cuento....

 

 Siempre por señales o razones se suelen descubrir las intenciones. 

Alonso de Ercilla.





Detrás del rostro de José que se debatía entre el enfado y la tristeza, la frustración y el miedo, el amor y la incomprensión, estaba Jéssica empequeñecida y asustada. ¿Las expectativas puestas en la esposa perfecta y la familia ideal se desvanecían? Sí, sin escuchar, sin atender a suplicas ni explicaciones, la decisión la había tomado antes de conocer la historia, mucho antes de entrar en la consulta de la doctora Navarro, quizá en el instante en el que vio la cara de miedo de Jéssica observando la prueba de embarazo con las dos rayitas. No era lo que José había soñado tantas veces, no era la reacción que esperaba, no era como él lo había imaginado. No era su familia feliz. Sus creencias, sólidos pilares de su infancia, fiel meta de su vida adulta, un montón de humo que se desvanecía con la corriente del aire acondicionado.

                —Yo nunca te he mentido.

                Llegó a articular con la mandíbula apretada y el puño nervudo pegado al muslo. Navarro creyó escuchar de los labios apretados de Jéssica un ni yo tan débil que pudo ser producto de su imaginación, si no fuera por el tono colérico que adquirió el rostro de José.

                —¿Cómo te atreves?

                —José debes escuchar a Jéssica.

                —Nada cambiará lo que pienso de ella. Un hijo lo es desde el mismo instante que es engendrado, para mí, un ser humano con cuerpo y alma… Abortó. Ahora comprendo su miedo a ser madre, su negativa a quedarse embarazada…

                —Pero me quedé… —dijo con un hilo de voz que asemejaba a una disculpa.

                —Y dejaste de comer, de dormir… ¿Intentas matarle antes de que nazca? Sabes que no te dejaré abortar, ten el hijo y lárgate, si es lo que buscas.

                Jéssica escondió sus manos dentro de las mangas del jersey de la lana negro. Navarro la imaginó haciendo el mismo gesto treinta años antes en aquella sala fría y oscura con olor a lejía y a sangre donde sus padres la llevaron para abortar.

                —Era una niña.

                —¿Te violaron? —la rabia con la que escupió cada palabra hizo que Navarro frunciese el ceño, pero Jéssica le pidió que no interviniese.

                —No, fui con él, yo quería ser su novia, que me besara —levantó la mirada hasta la doctora—. Pero yo no quería…

                —¡¿Follar o quedarte embarazada?! Pues haber aprendido a cerrar las piernas o a decir más alto que no.

                —Se quitó el preservativo…

                —Comprendo… y no te aviso, fue un chico malo y tú una víctima que solo quería que la empotraran —Navarro se movió incómoda en su asiento—. ¿No le gusta a la doctora mi vocabulario?

                —No es atractivo que nos agarren, que nos tiren al suelo, no es sexy si nos sentimos incómodas.

                —Pero ella acaba de decir que no fue una violación, fue una relación consentida con… quién, con un compañero de trabajo, con tu jefe…

                —José debería escuchar a Jéssica. Ha dicho que era…

                —No veo que hable, solo gimotea. Y da igual lo que diga, ¿no ve la conexión que existe entre dormir mal y una dieta poco saludable? Perjudicar su salud y por ende la de mi hijo.

                —O un aviso de un trauma subyacente que sale a flote.

                —Asesinato —dijo golpeando la mesa con el puño cerrado, sobresaltando a Jéssica que se mecía hacia delante y hacia atrás con los brazos alrededor del cuerpo.

                —No vuelva a golpear mi mesa ni a levantar la voz…

                —¿O qué?

—O le obligaré a escuchar lo que se niega a creer fuera de esta consulta.

—Ya verás cuando les diga a mis amigos que pareces muy tal y eres una estrecha —la voz de Jéssica era un susurro que se perdía en la respiración agitada de José—. Con mis otras novias lo hacía a pelo, me querían más que tú y me hacían feliz, ¿o es qué tu no quieres ser mi novia? O peor aún, eres una calientapollas. Te juro que, si me dejas a medias, le digo a tus amigas que eres una puta que se deja hacer de todo.

                —¿Qué farfullas? ¡Habla claro, coño!

—Yo no quería, pero en la fiesta de cumpleaños me obligó a beber, yo nunca… nada de alcohol… me decían mis padres, bebe que verás como te pones más juguetona y lo pasamos mejor…

—¿Y bebiste hasta no tener ni puta idea de lo que hacías?

—José modere el tono de su voz o le echo de la consulta.

—El hombre debe disfrutar sí o sí, a ellos siempre les apetece, las mujeres debemos ser pasivas y complacientes, nosotras podemos quedarnos a…

—¿Pero qué coño está diciendo? —José miró a Navarro con la mano extendida señalando a Jéssica—. Está perdiendo el juicio.

Navarro acortó la distancia con Jéssica y la tomó de las manos con fuerza.

—¿Quién te decía eso, Jéssica?

Pero ella estaba perdida en la maraña de recuerdos dolorosos, de imágenes borrosas y en mitad de una niebla que debía cruzar para llegar a José.

—Sí, sí, quién te lo decía porque a mí solo sabes exigirme: a mí me gusta así, yo no me siento cómoda así y el preservativo no es negociable…, ¡jódete!

—José no se lo voy a decir más veces. Modere su lenguaje. Eso que usted critica se llama asertividad, saber decir No. Aprender de nuestra sexualidad, conocer nuestro cuerpo, decir cómo nos gusta que nos traten.

—Supongo que lo aprendió después de miles de posturas y decenas de amantes.

—Me lo dijo mi madre cuando llegamos a España de Londres…

—Y después me conociste a mí y te volviste casta y puritana…

—¡Basta! —La doctora Navarro se puso en pie apretando con fuerza la mano de Jéssica—. Después aprendió a vivir con esa carga que usted juzga tan ligeramente. Sí, fue una interrupción del embarazo de forma voluntaria, aunque ella no tomó la decisión, fueron sus padres valorando lo mejor para una niña de catorce años —Hace una pausa prolongada—. ¿No fue violación? —dejó la pregunta suspendida en el aire—. Sí, fue violencia sexual, y la violencia sexual nunca es culpa de la víctima, aunque fuera con él a esa fiesta, aunque fuera su novia, aunque se hubiesen besado y tocado con intimidad en anteriores ocasiones. Aquel muchacho, cuatro años mayor que ella, la sometió a chantaje y luego se quitó el preservativo sin su consentimiento en mitad del acto, bajo amenazas o coerción consumó el hecho. Después uso la fuerza física, usando sus palabras, la empotró. Que ella le hable a usted de lo que le gusta y de lo que no, demuestra madurez sexual y que superó una parte de aquel episodio, pero, sobre todo, lo que se le olvida o pasa por alto, confía en usted, José.

—Entonces…

—Lo que ha regresado a su memoria es lo que sucedió en aquella sala fría y oscura con olor a lejía y sangre…

José miró a Jéssica como si la viese por primera vez, ya no era la mujer segura que le presentó su amigo Paco, estaba encogida en aquel sillón blanco, empequeñecida y asustada.

Y aquí termina mi relato, podría decirte que José aceptó a Jéssica, pero no,  porque se sintió engañado, estafado, mentido por ella y su familia, manipulado, ni yo entendí en qué sentido fue dirigida su vida, porque salió de allí dando un portazo. Pero entendí el malestar de mi paciente, la similitud de aquel primer amante y su esposo, lo que detectó Jéssica sin saberlo.

¿Qué sucedió con Jéssica? 

—Jéssica. Estoy aquí y todo irá bien.

Asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa. Hay veces que las historias se repiten con diferentes escenarios, nuestros ojos y oídos lo ven y lo oyen, pero solo nuestro subconsciente lo capta.



Para Jéssica con todo mi cariño.

  

 

 

 

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