El consentimiento de Vanessa Springora

 


 

Título El consentimiento

Autor Vanessa Springora

Editorial Lumen

 

 

Sinopsis

 

Con trece años, Vanessa Springora conoce a Gabriel Matzneff, un apasionado escritor treinta y seis años mayor que ella, tras cuyo prestigio y carisma se esconde un depredador. Después de un meticuloso cortejo, la adolescente se entrega a él en cuerpo y alma, cegada por el amor e ignorante de que sus relaciones con menores llevan años nutriendo su producción literaria. Más de treinta años después de los hechos, Springora narra de forma lúcida y fulgurante esta historia de amor y perversión, y la ambigüedad de su propio consentimiento. Su maravillosa novela ha hecho, según el diario Le Monde, «arder Saint-Germain-desPrés»: el caso Matzneff cuestiona a la intelectualidad francesa y a una sociedad obnubilada por el talento y la celebridad.

 

 

Opinión

 

Para aquellos que no conozcan al escritor Gabriel Matzneff basta con decir que escribió un manifiesto a favor de la pedofilia llamado «Los menores de dieciséis años». Fue encumbrado como escritor y se le permitió presumir en programas de televisión de su relación con niños menores de once años y de sus viajes de rejuvenecimiento a Manila.

 

«En un entorno diferente, donde los artistas no ejercieran tanta fascinación las cosas habrían sido diferentes».

Es un libro escrito para ella, para sanar. Escribe:

«Un cuchillo clavado en una herida que nunca deja de sangrar».

Para mí, Vanessa Springora con sus trece años, su familia desestructurada y su adolescencia incipiente es el centro de un triangulo con tres personajes: su madre, una mujer solitaria, que se pasa horas leyendo galeradas, hundida en el fondo de un pozo; un padre ausente, que describe como celoso y maniaco del orden, «Has tocado este libro, y este, y este… ¿Qué tiene de malo tocar un libro?», y por último G., como lo llama en la novela, un hombre que a los once años sufrió abusos sexuales, «¿Hubo en su infancia un adulto que desempeñara ese papel de iniciador? Sí, un amigo de sus padres. No lo cuenta con cariño».

«A veces me siento sucia». Para superar los traumas, los errores, las decisiones equivocadas y aquellas tomadas por el miedo, «no quiero parecer idiota, ni mojigata», necesitamos de hablar con alguien que no nos juzgue y nos comprenda. ¿Quién puede juzgar a una niña de trece años frente a un hombre de cuarenta y tres?

                «Acumulé sentimientos de culpa». «Me convertí en una muñeca sin deseos. Un juguete roto, a nadie le gustan los juguetes rotos. Recuerdo mi misión en la vida: dar placer a los hombres. Me he saltado una etapa». Pero cuándo lo que lleva años conviviendo con ella se convierte en una soga que asfixia, «Cuando tuve un hijo me di cuenta...».

Buscó la disculpa de su madre, la necesitaba para cerrar parte de aquella herida, pero su madre se escuda tras una frase: «A los trece años tú eras adulta…». Evita el juicio de su conciencia. Convivir con adolescentes es un pulso, tiene un pie en el escalón adulto pero el resto del cuerpo inclinado hacia la infancia. Con trece años Vanessa era una niña falta de cariño que se abre a la sexualidad e idealiza el amor, las personas y las relaciones. Una niña que crece entre peleas y reencuentros en la cama, que sufre un divorcio y la ausencia de una figura paterna, «confundí su sonrisa con una paternal», escribe de aquel primer encuentro con G. «La sodomía tiene sus reglas y se prepara con cuidado». Es muy fácil para un adulto seducir a una adolescente, dice Vanessa Springora. «G. me trata de usted, me hace sentir adulta».

                ¿Qué atrae con más fuerza a un adolescente? Lo prohibido. «El amor prohibido, los adultos lo censuran». Cuando te prohíben algo lo deseas con más fuerza y si es tu madre quien lo hace, a quien culpas de haber crecido sin padre, de querer seducir a G., más lo deseas. Escribe con el pensamiento de aquella niña, «para ella soy una rival convertida antes de tiempo». Para la Vanessa adulta su madre fue cómplice de esa relación. Añade en la misma entrevista, cuando ella intentó explicarme la reputación de esta persona, yo no la creí. Si ella hubiera tenido el valor de prohibírmelo, hubiera sido muy difícil la relación entre las dos, pero me hubiera resultado más fácil perdonarla. Ya como adulta, he podido perdonarla. El adulto está para establecer límites. Seguramente ella estaba también fascinada por esta figura y acabó por convencerse de que la historia no suponía ningún problema.

 

                Hay que diferenciar cuando el autor se reivindica como el monstruo que hay en sus libros. Yo jamás, como editora, habría publicado la obra de Gabriel Matzneff, declara la autora en una entrevista.

 

                Es una lectura dura que recomiendo. Y me despido con una frase de ella:

 

No hay nada más destructivo en la vida que el silencio.


El consentimiento

               

 

               

                 


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