La última cabaña de Yolanda Regidor
Hi
Sinopsis
«No sé si se puede vivir para uno
mismo. Tal vez no sea posible, aunque lo intentes toda la vida, aunque te
destierres una y otra vez, aunque te confines en tu propio mundo lo más
apartado posible del resto de la humanidad».
Le llaman Escolta. Arrastrando la
marca de Caín y con el corazón destrozado, se instala en una cabaña a las
afueras de un pueblo de montaña. Su intención es dejarse llevar, mansamente,
hasta el final de sus días. En un proceso de autodestrucción controlada
comienza a usar como combustible los libros que siempre le habían servido de
compañía, y con ello enciende una voz que grita toda la rabia, la soledad y el
desconsuelo posibles.
Este es su diario: unos cuadernos
escritos a lo largo de unos meses en los que va apuntalando a sus fantasmas en
una pira y prendiéndoles fuego para no abandonarlos al futuro, pero sobre todo
es la crónica de una sanación, de una búsqueda instintiva de la felicidad.
La última cabaña es una
historia cruda y desnuda en su sinceridad, narrada por una voz de fuerza arrolladora.
Opinión
Por dónde se empieza con
una novela como esta, con tantas posibles reflexiones y planteamientos para
debate.
«Yo tragaba con el cabrón de mi hermano, con la frialdad
de mi madre, con la indiferencia de mi padre, todo por seguir en la manada…».
El amor limitado y nominal, así
es el amor de la madre de Escolta, un amor preferencial, adora a su hijo mayor
y rechaza al pequeño. Este tipo de relaciones genera una herida en nuestro
protagonista, una mochila cargada de situaciones no resueltas y sufrimientos
que veremos que oscurecerán su vida y hasta sus posibilidades como adulto,
porque crece creyendo que dentro de él hay algo malo. La madre reprime este
rechazo, «Deja en paz a tu hermano, le decía mi madre, no ves que es más débil
que tú. No te rías de tu hermano, no ves que tú eres más espabilado. No te
aproveches de tu hermano, no ves que de bueno es tonto. Tú, hijo, le decía, vas
a ser más alto que tu hermano». Cuando esto sucede, el niño, inconscientemente
activa un mecanismo de defensa que se conoce como formación reactiva, antes de
que el verdadero sentimiento llegue a la conciencia y duela, lo rechaza
conscientemente y se trasforma en lo contrario:
«… prendió la culpa, y tuve que tirar, como tantas veces,
del odio para calmarla».
La
ira y el odio son trampas, pero más sencillas de manejar, se cree, que la culpa
y el dolor que nos inhabilitan y nos paraliza. El Escolta trasforma todo ese
dolor en odio e ira, pero se siente repulsivo por ese odio y esa rabia, en el
fondo siente que es una mala persona y que ese rechazo de su madre es porque
ella vio lo que existía dentro de él. La pescadilla que se come la cola. De ahí
su forma de ser, falsamente dura y temeraria, imponiéndose desafíos que le
cargan más esa mochila con angustias que sabe no se pueden justificar.
«La
culpa no es bastante pena, aunque lo parezca. La culpa es el diablo con el que ganarse
el cielo».
Nuestro protagonista tiene lo que él llama un
exceso de pasado no resuelto que le llevará a escribir una serie de cuadernos
para encontrar la paz, descargar esa mochila que nunca debió de existir. Fascinante
historia.
Gracias
a Pepa Locura de Libros por la recomendación.
Comentarios
Publicar un comentario