La baraja de plata de Juan Bolea
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Sinopsis
Cuando Florián Falomir descubre el cadáver de una
muchacha en una playa de Cádiz, no puede imaginar hasta dónde le conducirá este
caso. La muerte de la chica estará relacionada con una baraja de plata dorada
que perteneció a los Borbones. Concretamente, a Carlota de Borbón, primogénita
de Carlos IV y hermana de Fernando VII. Dándose la circunstancia de que ese
valiosísimo juego de naipes se acaba de subastar en una sala de Nueva York, sin
que se sepa dónde está ni quién lo ha adquirido.
Una trama que se irá complicando a medida que la policía relacione esta muerte
con las desapariciones anteriores de otras tres mujeres, y que Falomir se vaya
introduciendo en un Cádiz tan hermoso de día como misterioso de noche. Muy
inquietante, porque tal vez en la subterránea oscuridad de sus criptas, pozos o
túneles acechen antiguos secretos y sombras del pasado, fuerzas a las que acaso
sea preferible no despertar…
Opinión
—¿Dónde buscaría a su hija?
—Yo no la buscaría.
—¿Por qué?
—Por temor a encontrarla…
Que nadie se enfade con esta
lectora si digo, que me costó entrar en la historia, y como no se puede decir
algo así sin dar una razón, haya voy. Estaba incubando un resfriado, que no
justificaba por qué ese desconcierto que me dejó la primera lectura de las
primeras veinte páginas. Tras una segunda vuelta de las primeras dos horas de
la narración —porque los capítulos se dividen en días y hora—, me di cuenta que
los diálogos no los usa para relajar la narración, sino para dar dosis de información
hábilmente introducidas. Los diálogos de Juan Bolea son la clave de la novela y
no se deben tomar a la ligera.
Los
diálogos nos dan los perfiles de los personajes, por ejemplo, el comisario
Antonio Castillo. Directo como una flecha, conciso y claro, dos características
de un líder, hay un flujo constante de información entre él y su equipo,
escucha, pero va al grano cuando se dispersan. Tiene un equilibrio constante
entre autoridad y cercanía, los objetivos muy claros, pero con los pies en la
tierra, quiere coger al malo, pero sabe que es astuto y lleva años dándole esquinazo,
conoce sus debilidades, pero también sus fortalezas, no cejará en su empeño. De
una forma tan sencilla y a la vez complicada como es un diálogo, nos acerca a
los personajes hasta hacerlos casi reales.
Los
diálogos y la narración tienen un equilibro perfecto, la historia es dinámica y
gana en intensidad, consigue que empatices con los personajes como por ejemplo con
Florián Falomir. Un detective que se patea las calles y hace el interrogatorio
un arte.
La narración
la usa para colocar al lector, tanto en el lugar como en la escena que se va a
desarrollar, descripciones amplias y cargadas de matices, hay curiosidades
repartidas por toda la obra, de literatura, música, cine, historia…
Y
dentro de la construcción de estos diálogos, algo que llamó poderosamente mi
atención, las acotaciones del narrador, en todas ellas, y son muchas, ni una
sola vez esta el verbo «decir», encontramos: razonó, ofreció, exigió, preguntó,
intervino, ironizó, sofocó, aludió, corrigió, apuntó, replicó, se sumó,
descartó, aseguró, confirmó, aclaró…
Juan
Bolea nos deja una novela de intriga, con dosis de thriller psicológico y de
aventuras. Un escritor con ciertas dosis de humor…, satírico, diría yo, es
humor complicado, trabajado, que denuncia argumentos de situaciones sociales que
están mal por el fondo que tienen, la mayoría de estas se ven con la inspector
y no la inspectora Zamora.
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