El padre del fuego de Sergio C. Fanjul
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Edita #Aguilar
Sinopsis
«Nadie es un bebé y vuelve para contarlo. Por eso los
hijos son uno de los mayores enigmas que pueblan la faz de la Tierra»
El poeta y periodista Sergio C.
Fanjul vivió, en pocos meses, la muerte de su madre y el nacimiento de su hija.
En El padre del fuego, a caballo entre la reflexión y la narrativa, entre lo
poético y lo asombroso, entre la alegría y la duda, Fanjul es testigo de esa
transmisión del fuego de la especie humana.
Un viaje en el que se mezclan los
miedos que conlleva la paternidad, el drama del parto y la formación de una
nueva persona que conquista la vida día a día; el humor surrealista que provoca
la convivencia con esos extraños seres que son los niños, generadores caóticos
de situaciones absurdas; los malabares cotidianos en un mundo que no parece
estar pensado para criar, y el torbellino que se produce en las relaciones de
pareja cuando cae la bomba nuclear de los hijos.
Opinión
«En una habitación se nacía y en otra se moría»
Entre el nacimiento de su hija y
la muerte de su madre hubo diez meses de diferencia. En una habitación se sumía la vida en
oscuridad y tristeza y en otra luz y alegría, no puedo imaginarme ese conflicto,
aceptar que unos deben irse para que otros cubran tu lugar. Pero no va de la
muerte, esta obra son las reflexiones, los pensamientos, los inmensos cambios
que se producen en todos los que un día decidimos ser padres y madres.
«El primer milagro de la vida es que la gente quiera
tener hijos»
Qué
verdad, si lo piensas, no solo por la situación mundial, sino por el cambio que
se produce en cada uno de nosotros. Antes se idealizaba el embarazo, el parto,
la maternidad y todo lo relacionado con la crianza, desde hace unos años voces
que fueron duramente tratadas y hablaron sin tapujos del embarazo, el parto y
la maternidad, abrieron una brecha por la que se colocó la realidad, a pesar de
ello, el cerebro es más fuerte, nuestra programación inalterable, tenemos que
perpetuar una especie que evoluciona como camina el cangrejo. Tener un hijo supone un
gasto, un saco con un agujero en el fondo, una pérdida de libertad, una enorme
responsabilidad y nos vuelve vulnerables, de todo, para mí esto es lo peor, no
hay amor sin vulnerabilidad. Ojo, un inciso, esta vulnerabilidad no es
debilidad, ojito, pensadlo.
¿Ser
padre “compensa” a la larga o es una inversión a fondo perdido? Mi hijo mayor
tiene diecisiete años, y recordando las palabras de mi padre, el balance de la
vida no se hace a mitad de camino, hoy por hoy, no creo que sea ni una cosa ni
otra. Lo que sí, más que pensar en los que harán o no por nosotros, es en la
responsabilidad que supone traer un hijo, no se trata de que compense los logros
que nunca conseguimos, ni darle todo lo que nosotros carecimos, no vienen a
compensar nuestra vida, vienen a vivir la suya, por lo tanto, ¿qué padre o
madre voy a ser? Es muy complicado, ninguna formula vale dos veces, ni tres, lo
que a uno le sirve, a ti ni te ayuda, lo que sí: «Poner límites con firmeza y
cariño».
«Todo era igual, pero todo era ya diferente,
descompensado de la vida que comenzaba»
Da
igual ser hombre o mujer, salvando las diferencias a las que Sergio hace
referencia en estos primeros años de crianza, los miedos, los pensamientos, las
reflexiones, son los mismos. Darle lo mejor, pero sin caer en el consumismo. Mi
hijo heredó casi todo su ajuar de primos y amigos, incluso la ropita de los
primeros días, que luego no uso porque las cosas se torcieron y te das cuenta
cuán vulnerable te has vuelto. Elegir el nombre, que quebradero de cabeza; sobre el estereotipo del rosa o el azul, sobre esto he llegado a escuchar tanta
chorrada que me limitaré a una anécdota personal. No me gusta el rosa, no soy
de rosa, cuando nació mi hija opté por el blanco, lila y morada, estos últimos a poquito, no soy de
purpurina ni lentejuelas, aclaremos las cosas para lo siguiente, San tendría un año, íbamos de compras, gritaba como
una posesa cuando veía ropa que luego llamaríamos “brillibrilli”, rosas barbie
con muchos reflejos, cuantos más mejor, purpurina, lentejuelas, piedras de colores en cuellos y mangas, un cortocircuito para mi cerebro de tonos oscuros. Decidí criar a mis hijos en la libertad de elegir sin coartar su independencia, imponer mi estilo era hacer lo contrario a lo que pretendía. Mi hija en verano era un puro reflejo. Sigo con la historia porque aquello del brillo fue evolucionando, con dos años para tres, descubrió las coronas, decidió que una corana llena de perlas y brillos varios era lo mejor del mundo, el sumo del brillo y la elegancia, su tía le regaló una. Iba con ella a todos los lugares, playa, piscina, pediatra, guardería, incluso al colegio, a cualquiera evento, momento y circunstancia, desde una boda a la clase de gimnasia. Un día su profesora de segundo de infantil, tras varios
años transitando por el colegio con su corona, me llama a tutoría y me habla del
patriarcado, la sumisión, el machismo interiorizado de la madre, con hueso duro dio, aluciné. A ver si ahora el individuo no es libre de elegir, a ver si las
coronas llenas de brillos y pedrerías van a ser exclusivas de la clase alta y
la monarquía, a ver si mi hija va a verse reprimida por aquellas que hablan de feminismo
y libertad.
No
creo en el tiempo de “calidad”, creo en el tiempo en familia, tiempo de hablar
y de escuchar alrededor de una mesa con los platos vacíos, ¿qué es tiempo de
calidad?
Podría
pasarme horas, como todos los que somos padres, contando batallitas de aquellos
años de incertidumbre, de prueba y error.
Sergio, deseando que no dejes de escribir este diario de la paternidad, me encantará leer tus impresiones cuando elijas colegio, aquí tengo una anécdota de un vecino. Mi hijo nació un año antes que su niña, fue a un colegió público cerca de casa y ahora a un instituto público también aquí al lado, mi elección fue pura logística, cerca de casa, ¿por qué? La conciliación familiar, yo estaba sola, quién podía echarme una mano, mis vecinas, luego las mamás del colegio, una cuadrilla formada como tropas experimentadas. Este vecino, tras visitar el de mi niño, llegó a la puerta de mi casa y me dice, está bien, nos gusta, pero nosotros le vamos a dar lo mejor, me encanta la gente que habla sin filtro, elitista y clasista sin reparar que vivimos en la misma calle, del mismo pueblo. Luego llegará el WhatsApp de la clase, esto da para muchos libros.
La paternidad como
la maternidad es una carrera de fondo, cada día se aprende algo nuevo y se nos
presenta un reto diferente. Por cierto, mi hijo se llama como tú.
Autor
Hijo de la coreógrafa Marisa Fanjul, nació en Oviedo en 1980. En su infancia y primera juventud, por tradición familiar, practicó el ballet y la danza. Desde muy joven fue aficionado a lectura y la escritura, pero su trayectoria académica le llevó por los derroteros de la ciencia, en una de cuyas ramas, la Física, acabó recalando, primero en la Universidad de Oviedo, donde cursó el primer ciclo de la carrera, antes de mudarse a Madrid a los 21 años, en pleno cambio de siglo. Es licenciado en astrofísica por la Universidad Complutense de Madrid, donde cursó la especialidad, y Máster en Periodismo por El País. Es periodista del diario El País, donde escribió la columna Bocata de Calamares, sobre la vida urbana, y otros temas sobre cultura, urbanismo, tecnología, pensamiento o sociedad. En la actualidad, en el mismo medio, escribe la columna Civilización Perdida, y es columnista en otras plataformas como la revista Retina de El País, El Asombrario de Público o Madrid Content School. Ha publicado en otros medios como El Asombrario, BuenSalvaje, Playground, Vice y Forbes siempre sobre temas como cultura, ciencia, viajes o tendencias.
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