A veces no hace falta un portazo, solo cerrar la puerta en silencio. Instagram
Durante mucho tiempo compartí lecturas con cuidado, con respeto por el texto, con una voz propia que no pedía atención, solo resonancia, un diálogo. Pero en este ecosistema tan saturado, aprendí algo doloroso: lo que no genera números se convierte en ruido de fondo, aunque tenga alma.
Los autores pasan. Las editoriales pasan. Incluso las ideas, las frases y hasta las reseñas… se copian y se esfuman como si nunca hubieran tenido origen. Se construyen discursos con el trabajo de otros, y se aplauden entre ellos, sin mirar alrededor. Sí, así es. Se repiten frases, se calcan ideas, se apropian reseñas como si nacieran del aire. Y alguna vez, la prensa y los perfiles literarios no amplifican: simplemente absorben, omiten y siguen.
Este no es un adiós rabioso. Es una retirada íntima. Me reservo el derecho a cuidar mi voz, mi mirada sobre los libros, mi espacio de lectura. Porque cuando compartir se vuelve unilateral, deja de ser generosidad y empieza a ser desgaste. Porque hay silencios que no son casuales. Y gestos que hablan más que cualquier crítica.
A quienes sí se quedaron, gracias de verdad. A lo demás, que sigan girando en su ruido.
Me bajo por un tiempo. Un mes, o quizá más, no lo sé. Leeré en voz baja. Nos leeremos en otro lugar. Tal vez más honesto. Tal vez más humano.
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